Desterrar el uso de las armas en el ejercicio de la política, de esto se trata en La Habana.
Subordinar la política al raciocinio personal sobre los acuerdos de La Habana, de esto se trata en el país nacional. O dicho con otras palabras, despolarizar la política para converger en el bien común de la patria, he aquí el imperativo moral.
La negociación la hacen entre Gobierno y Farc, pero su marco de referencia vale para todos, incluido el Eln quien actúa por estos días como si la cosa no tuviera consecuencias para ellos.
No más franquicias ni a derecha ni a izquierda para hacer política armada. Ojalá lo entiendan disidencias de unos y de otros, narcos metidos a guerreros, y guerreros metidos a narcos.
Vale para la derecha, vale para la izquierda, vale para los pichones de dictadores, para las sectas revolucionarias y contrarrevolucionarias, para los populismos carismáticos y autoritarios, para los codiciosos del poder, los altruistas, los megalómanos, los narcisistas.
A partir de los acuerdos de La Habana no emergerá una Colombia en paz, eso está claro. Lo que subsistirá, llámese Eln, o llámese como se llame, será criminalidad lisa y llana, combatida como tal, sin eufemismos, sin concesiones, sin más destino que el sometimiento o la extinción.
Está en deuda el Gobierno de hacer claridad sobre el plazo que dispone el Eln para sentarse a negociar. Ese tiempo no deberá ir más allá de la firma de los acuerdos con las Farc. Maluco lanzar una invitación con fecha de vencimiento, pero ¿a qué más apelar si de lo que se trata es de desterrar el uso de las armas en el ejercicio de la política? ¿O alguien en sano juicio puede imaginar que tras la desmovilización de las Farc y entrega de sus armas a Naciones Unidas, Colombia y el mundo van a tolerar que otros grupos guerrilleros –y su variopinto revés de la moneda – pretendan someter al país en posconflicto con las Farc a otro medio siglo de victimización?
Se comprende que las Farc sean reticentes en sus manifestaciones públicas sobre el Eln, y que también el Gobierno lo sea, mientras no están agotadas las vías de la negociación, pero en esta recta final que lleva a la firma de los acuerdos finales, y en todo caso antes de la refrendación en las urnas, no deben quedar dudas para nadie sobre hasta cuándo estará la mesa de la negociación dispuesta para que a ella acuda el Eln. Este ítem es crucial, mal haría el Gobierno, y mal harían las Farc si no aprietan las clavijas al Eln y explicitan las reglas del juego a las que el Eln habrá de atenerse.
Lo que está en juego es avanzar con decisión en el propósito de alcanzar un posconflicto en paz. Y el primer test-match del posacuerdo con las Farc tiene nombre: Eln. Aquí se juega el destino de Colombia de cara al siglo XXI. Así como cualquier resabio de ‘paramilitarismo’ debe alertarnos a todos por igual –país, Gobierno, Farc- cualquier paso en falso del Eln igualmente deberá ser objeto de atención prioritaria, más aún si hay evidencias concretas sobre cambio de brazaletes y pasaje de consignas.
No suceda que frente a las bacrim abramos bien abiertos los ojos –y está bien que así sea- mientras que frente al Eln y afines estemos tentados de hacer la vista gorda.
¡Ojo con el Eln, mucho ojo! No vayamos a lamentarnos cuando ya sea tarde de que no supimos o no quisimos desactivar el ‘frankestein’ a tiempo.
Dicho esto, una invitación respetuosa al uribismo: abandonen, por favor, y con una mano en el corazón, la atrabiliaria idea de convertir al Centro Democrático en el partido del no y la abstención. No caigan en la tentación de colocar a sus simpatizantes bajo la presión ideológica de someterse al vertical y taxativo pronunciamiento de su partido. Ofrezcan a cambio la bandera de la libertad de conciencia y responsabilidad plenas a sus dirigentes y corazones afectos y militantes sin hacerlos cargar con el insoportable peso de ir en contra de lo que les dice su criterio y su conciencia. Pongan sobre la mesa todos los argumentos que les hacen ver con angustia, con animadversión, con legítima preocupación los acuerdos entre Gobierno y Farc, pero no presionen a su electorado a escoger la vía del no ni la vía de la abstención. Dejen en libertad a sus votantes, confíen en su buen juicio y determinación. Por una vez, que sea el Partido quien sigue a sus partidarios, y no los partidarios a su Partido. No pretendan ni una victoria que sería pírrica, ni se sometan a una derrota de la cual no habrá Uribe que los levante. Acepten el veredicto de las urnas, pero no pretendan que las urnas sean la expresión de su voluntad partidaria. No en este caso, no tratándose de la sangre de Colombia, de la vida de Colombia, de la libre expresión de la voluntad personal y popular.
Obviamente, tampoco se trata de que inviten a votar por el sí. Ni siquiera el Gobierno ni las Farc debieran inclinarse a ello. La ocasión es única e irrepetible para que Colombia entera decida en su fuero más íntimo, y decida en total libertad sin manipulación ni constreñimiento algunos. Habrá tiempo después, todo el tiempo y toda la voluntad, para seguir haciendo política, oficialismo y oposición.
Colombia en su inmensa mayoría quiere la paz, quiere que se acabe todo tipo de violencia, y esto es transversal a partidos, movimientos, organizaciones, estratos sociales, campesinos, citadinos. Obviamente, no todos coincidimos en qué tipo de acuerdos habríamos negociado, o intentado afianzar. Pero, el momento histórico que atravesamos, la madurez evidenciada, los avances producidos, los sentimientos acumulados, deberían ser suficiente razón para recurrir con humildad democrática al constituyente primario y dejar en sus manos, en sus votos, la decisión final. Finalmente, las personas tienen derecho en su fuero íntimo a suicidarse, los partidos no, menos un País.
No se trata de escoger entre un liderazgo u otro, no se trata de convertir el ‘milagro en ciernes’ al que asistimos en esta coyuntura en un acontecimiento político partidista, ni oficialista, ni opositor, ni tampoco hacer un botín ideológico de algo tan esencial como lo que nos ofrece la historia una vez por siglo, o quizá una vez cada quinientos años o más. Discúlpenme los lectores la hipérbole, la desmesura, pero después de oír y consultar un sinfín de visiones y posiciones al respecto, no me queda otra pulsión que la de invitarlos –e invitarme- a ser serios, no pesimistas ni optimistas, serios, no derechistas ni izquierdistas, serios, por una vez, serios.
Lo que Colombia requiere en esta hora, lo que urge su pueblo que aflore es seriedad, seriedad, seriedad… con todo lo que ello implique en lo más íntimo y personal de cada uno.
Votar sí, votar no, o abstenerse no es lo determinante; lo determinante es aquí y ahora ejercer y defender el fuero personal, intransferible, indelegable, de votar como mejor nos plazca, piensen lo que piensen los Santos, los Uribe, los ‘Timochenko’, cada quien con sus opiniones, sus berretines y sus intereses.
Lo determinante es afrontar el desafío de la hora, del siglo, del milenio, con seriedad. Con seriedad y apelando a la conciencia, al sentimiento, a la razonabilidad para que Colombia se exprese ante la refrendación de los acuerdos oyendo la voz de su corazón profundo, de su mente más personal.
Que me disculpen los Santos, los Uribe, los ‘Timochenko’. Colombia necesita que cese el ruido, la propaganda, el discurso. Colombia necesita oírse a sí misma, y pronunciarse en consecuencia. Sea cual sea el resultado del plebiscito, Colombia habrá ganado y no hay pierde.
Porque oyéndose a sí misma, expresándose por sí misma, Colombia habrá dado un paso gigantesco hacia su destino como Nación, auto convocándose, no subida al hombro de ningún político, ni metida en el saco de ninguna ambición ajena, ni instrumentalizada su vocación pacífica por ninguna estrategia ni demagogia posible.
La paz es algo demasiado serio, demasiado frágil y vulnerable, para dejarlo en manos de los políticos.
Por una vez, solo por esta vez, políticos absténganse y dejen a Colombia en paz.
Así la veo yo y se que muchos Colombianos