En mi vida como dirigente social y político he tenido la fortuna de contar con el respeto hacia mi pensamiento y opiniones por parte de diversos actores y grupos tanto de derecha como de izquierda.
Nadie puede atestiguar que haya despotricado o renegado de mi formación desde un pensamiento social latinoamericano (Mariátegui, Camilo, Martí, Sandino, la teología de la liberación) más que desde los llamados clásicos del marxismo, a quienes respeto y admiro, y reconozco que me aportan elementos en este camino interminable de interpretar la realidad de nuestra hermosa Colombia mediante lecturas desde la sociología, la cultura, la economía y la psicología. Siempre respetuoso de las opiniones ajenas, pero orgulloso de mi condición y comportamiento de hombre de izquierda, he asumido mi aporte a la construcción de una Colombia potencia de la vida.
Por ello, ante la pretensión de demeritar los aportes de la izquierda en la construcción histórica de nación, mi voz se alza para reivindicarla, frente a la postura judeo cristiana de adjudicar a todos los movimientos políticos el mismo grado de responsabilidad frente a las crisis. De ninguna manera llamar la atención sobre las diferencias de clase entre el obrero y el patrón, o entre el modelo neoliberal aperturista y el modelo humanista del programa del progresismo, basado en los pilares de justicia social, justicia ambiental y paz total, puede ser entendido como sinónimo de polarizar.
Estamos, dicen algunos, en el momento del «capitalismo con rostro humano», pero pregunto qué camino queda si la mezquindad del voraz capital y la falta de grandeza de la dirigencia política del país [gremios económicos, partidos tradicionales, congresistas y altas cortes] los lleva a negar el bienestar a los trabajadores y obreros, generadores de su capital, y a millones de personas campesinas, negras e indígenas que desde la ruralidad y lo urbano aportan al desarrollo del país.
La izquierda es la locomotora que jalonó por décadas los vagones hasta llevar al progresismo a la presidencia, lo que no niega la diversidad de colores; pero ese papel le debe ser reconocido.
En las calles, como un ingrediente de participación comunitaria al ejercicio alternativo de gobierno, motivada por la izquierda, marcha la más variada gama de ciudadanías libres. Sin quién tome la iniciativa difícilmente se expresaría el sector del pueblo que apoya el cambio.
Reivindicar a la izquierda es exaltar su papel en la lucha por ampliar los escenarios democráticos, las conquistas sindicales, la reforma agraria y los puntos programáticos construidos a lo largo de su historia. No son mentes iluminadas las que han parido los cambios, son pueblos organizados, no solo en expresiones de izquierda, pero sí contando con su protagónica participación.