Esta es mi primera columna después de varios meses de descanso donde me hacia una crítica a mí mismo. Cuando decidí frenar no sabía bien para qué lo hacía, fueron tiempos raros. En estos meses no salí de la casa, me bañaba y afeitaba porque tocaba salir a la calle donde mal vestido no lo haría, y mi mayor responsabilidad fue pagar recibos. No escribí, no me informé, ni siquiera socialicé. Mi inactividad física y mental me hizo subir más de 20 kilos, peso que aún estoy tratando de bajar. Y no se trataba de flojera, más bien era que no sabía qué pasaba conmigo.
En agosto me fui al centro comercial, y apenas en octubre llegué a sospechar qué pasaba conmigo y qué debía hacer para remediarlo. No fue algo fácil de descubrir, tampoco fue agradable, y más complicado ha sido reconocerlo: me cansé de ser tartamudo donde ver como se ha perdido la seguridad en nuestra amada Popayán o mejor dicho en cada rincón del Cauca. Increíble, pero siempre he asumido que no pasa nada con serlo, que lo sé manejar y que, incluso, le he sacado provecho, cuando la verdad es que es una condición que me ha frustrado, limitado y a la que nunca le he puesto la atención necesaria. El tartamudeo es el gran tema de vida, y siempre lo traté como si fuera un relleno, la cuestión es que cuando hablo muchas veces digo verdades que duelen a muchos donde inicia batallas que muchos se han dado cuenta que es mejor acabarlas a tiempo y no hacerse daño a ellos mismos.
Entonces, a finales de octubre fue el mes de trabajar. Ejercicios de respiración, vocalización, repetición; lecturas, meditación. Todo en cantidades menores que las que me hubiera gustado, pero constante dentro de mis posibilidades. Siempre esperé que la gaguera se me fuera como por arte de magia, que un día empezara de la nada a hablar fluido, y me tomó casi cuatro meses entender que si no la afrontaba con constancia y valentía, no iba para ningún lado. Herramientas para remediarla hay muchas, unas mejores que otras, pero cualquier mejora nace de uno mismo, no de afuera.
Asumir el tartamudeo como si fuera un mal menor me ha servido para varias cosas, entre ellas que ya no me ofendan los chistes al respecto y, al revés, que yo también pueda hacerlos. Para eso y para escribir. Al no poder expresarme de corrido, fortalecí la escritura, pero lo cierto es que quiero dejar de escribir. Es una habilidad que he desarrollado y no sobra, pero es más que todo un premio de consolación. Yo no escribo porque me guste sino por necesidad, porque no puedo hacer otra cosa mejor, y de algo hay que vivir. Odio escribir. Hacerlo bien es difícil, doloroso y mal pago, por eso sueño con el día en que no tenga que hacerlo más pero después que tenga mis restos de años arreglados.
Hace que me acuerde de mis 20 años, cuando no había publicado una sola letra, apenas garabateaba ideas en un cuaderno de bolsillo y aun así decía que era el mejor escritor de Colombia y tenía un programa en la emisora de mi tío abuelo, Norberto Morales Ballesteros, Radio Metropolitana en Bucaramanga, El Rincón Guascarrilero, música de carranga mezclado de política regional. Es que estaba convencido de que lo iba a ser algún día el mejor periodista y aun me siento convencido con errores y criticones que me salen pero porque ven en mis triunfos que no han logrado por sus propios miedos que no superan por ese mal de los mediocres la envidia.
Acá soy soberbio, lo sé, pero espero que me permitan la licencia. Yo podré ser inseguro en muchas cosas, empezando por mi forma de hablar, pero en lo que respecta a mis capacidades no tengo dudas. Soy bueno, y lo sé; a ratos me creo tan lleno de talento que siento que voy por la calle y se me desparrama, haciendo resbalar a los que caminan cerca de mí. Hoy, con el tema del habla me siento igual que con el de la escritura cuando apenas empezaba: yo llego a conseguir hablar de corrido y soy imparable, asi es cuando me siento detrás de mi amada amiga, la computadora
Y, aunque suene optimista a ratos y prepotente en otros, tengo miedo. No ha sido sencillo dejar de creer que si no tartamudeo no soy yo, y pasar a estar convencido de que es algo de lo que tengo que desmarcarme como sea. Alterno momentos de increíble elocuencia con días en los que no me sale ni regáleme para un pan, pero la clave es no frustrarse, seguir adelante pese a todo.
No sé si logre lo que quiero, y de hacerlo, ignoro cuánto tiempo vaya a tomarme, pero ahí voy, dando la lucha que siento que tengo que dar. Imagine usted, el hombre que después de tartamudear toda la vida se vuelve un orador ejemplar; qué gran historia para contar.
Nunca Olvides como diría Facundo Cabral El Paraíso No está Perdido, Si no Olvidado y que en una eternidad, Siempre se puede empezar de nuevo…
El tiempo es una Invención humana… Nunca olvides eso que puedes empezar de nuevo