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Estimular el ocio para eso servira la nueva reforma tributaria

Medio siglo después estamos importando gran parte de estos productos, porque las migraciones campesinas abarrotaron los cinturones de miseria de los centros poblados, con el espejismo de los subsidios de vivienda social, con la reducción de la jornada laboral a cinco días de la semana y con toda clase de gabelas que reciben las comunidades citadinas, mientras el campo sigue abandonado y olvidado por todas las administraciones del nivel central.
A los hijos de las familias pobres les garantizan la matrícula gratuita, les pagan subsidios en dinero y en especie para que ocupen los espacios en las treinta y dos universidades públicas que financia el Estado Colombiano, para que se conviertan en nuevos profesionales, que terminan renegando de su propia condición social. Esos muchachos no vuelven al campo y aunque sus padres hayan labrado la tierra y amada la estancia que los vio nacer, sus descendientes todos quieren pertenecer a la burocracia oficial.
La vida fácil convirtió a muchos jóvenes de las grandes ciudades en microtraficantes y consumidores de estupefacientes, despreciando la vida campesina que antiguamente producía para Colombia todos los frutos que ahora tenemos que adquirir en los mercados internacionales, con excepción del café, del cacao, de la panela y del aceite de palma africana que se está exportando.
La política asistencialista para que las nuevas generaciones puedan dedicarse al ocio y la pereza, tiene crucificada a Colombia, porque la gente que recibe los subsidios del estado no vuelve a preocuparse por el trabajo que otrora era la fuente financiera de la vida de las familias colombianas. El ochenta por ciento (80%) de la población colombiana vive en los centros urbanos, luego de abandonar paulatinamente las estancias campesinas que eran la fuente nutricia de nuestra economía.
El nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego les prometió a los campesinos sin tierra la entrega de tres millones de hectáreas, con el fin de estimular la vocación agrícola de millones de compatriotas que quieren regresar a sus barbechos, después de medio siglo de violencia guerrillera, ofreciéndole además la denominada Paz Total a todo tipo de delincuentes que hacen parte de los grupos de bandoleros, de las cuadrillas de narcotraficantes y de todas esas hordas criminales que han protagonizado la violencia en nuestro país.
Pero la generosidad del estado colombiano no puede llegar al extremo de sacrificar a los empresarios que han sido condenados a pagar mayores impuestos, para fomentar el ocio y la pereza. La vagancia que se da silvestre en las grandes, medianas y pequeñas poblaciones de Colombia no puede ser premiada con nuevos y mayores subsidios para quienes han dejado de producir para su propia subsistencia. Los subsidios para vivienda social deberían destinarse a los campos, para detener el proceso migratorio que está generando enorme costo a la nación. La plata de la reciente reforma tributaria debería destinarse para construir vías que mucho necesita Colombia para que el trabajo en el campo vuelva a ser un buen negocio.