Texto y fotografías: Archivo Cromos – agosto,2000.
Su vida nunca fue un rompecabezas fácil de armar. Tras un aniversario más de su muerte, reconstruimos con sus amigos y allegados esos momentos que nunca registraron las cámaras de televisión. Cadena de secretos.
«Jaime era un desastre. Me pedía la moto prestada para hacer una vueltita allí y volvía a los tres días».
Yo salí de Colombia cuando él estaba empezando a hacer Zoociedad y me mandaron unos videos con unos 10 programas. Después de verlos, me di cuenta de que era lo mismo que él hacía en el comedor de la casa. Por ejemplo, había una sección en la que el locutor decía «con el patrocinio de…» y hacía el ruido de un carro viejo que no quería encender. Ese era el carro del tío Ramón.
Esas imitaciones las hizo desde que era chiquitico. Ya más grande, me acuerdo que siempre había amigos y mucha gente a la hora de almorzar en mi casa y todos nos quedábamos oyendo a Jaime, que ya le metía política a la parodia. Imitaba a todos los de la casa, los del colegio e incluso a Álvaro Gómez.
En la casa siempre hubo un ambiente de debate. Mi mamá nos subrayaba el periódico para que nosotros leyéramos. Nos indicaba la columna mordaz de Alfonso Castillo Gómez. Era común hablar de política y de lo que estaba pasando en el país, hacer críticas y eso fue lo que él hizo después en un escenario más amplio. Jaime era un desastre. Me pedía la moto prestada para hacer una vueltita allí y volvía a los tres días. Siempre fue loco. En las fotos de la primera comunión está haciendo muecas. Fue rebelde y lanzado y fue al que más le pegaron cuando éramos pequeños. Los dos nos llevábamos dos años y fuimos muy unidos. Fuimos al mismo colegio, compartíamos las mismas cosas, los amigos. Coincidimos en las opciones políticas y de vida. En medio de esa unión sucedían esas cosas entre hermanos, pero era más fuerte la complicidad. Le perdonamos todo, porque era muy chistoso. Uno termina queriendo a los que nos hacen reír. Las mujeres se enamoran de los que las hacen reír.
«Quedó pendiente una promesa que él me hizo: dejar de intermediar en los secuestros».
Jaime era un tipo muy culto, le dolía la guerra. Él tenía la idea mesiánica de lograr la paz. Toda su obra en televisión, en teatro y en radio estaba dirigida a la crítica de la guerra y la defensa de la paz.
Nunca tuvimos una relación laboral, fue una unión espiritual y de amistad. Yo estuve muchos años desayunando, almorzando, comiendo y emborrachándome con Jaime, todos los días. Yo era como un padre porque incluso me ocultaba cosas por temor a que yo lo regañara. Por ejemplo, nunca me contó que fue a la cárcel a hablar con los paras para buscar una cita con Carlos Castaño.
Quedó pendiente una promesa que él me hizo. Yo le dije muchas veces que no volviera a servir de intermediario para liberar secuestrados, porque así como obtenía el agradecimiento eterno de las familias de los liberados, así mismo podría ganarse el resentimiento de quienes no lograran la libertad de sus familiares. Además, como todos los secuestros en los que intermediaba eran de carácter económico la gente podría pensar que era un negocio personal. Él me decía que no soportaba el dolor que le producía ver la peregrinación diaria de gente que lo buscaba en R@dionet desde primeras horas del día. Al final, me prometió que lo iba a hacer, que no se iba a involucrar tanto.
Estoy seguro de que Jaime era un ser absolutamente feliz, amaba la vida. Por eso, tenía pánico de que lo asesinaran. Su error fue que no supo medir el alcance criminal y asesino de quienes no le perdonaron sus ideas, su sentido humanitario y su devoción por la paz.
Nunca elogió a nadie, era bondadoso, amó a su país entrañablemente y no le gustaba ir al exterior. Quería ganarse un premio Nobel de Paz y trabajaba todos los días por eso. Despreciaba el poder y el dinero. Esa es la faceta que el país no conoce de Jaime y por lo tanto no lo valoran como ser humano.
Infortunadamente sólo se conocía su faceta de caricatura, el chiste, el bufón, pero no su lucha por la paz, su formación progresista, su devoción por la lectura, su sentido de la amistad y su lealtad con la gente.
«Nos escapábamos a La Calera a jugar con los perros y corretear gallinas».
Un día, en Quac, estábamos cansados, no teníamos ideas. De repente llegó ‘el Perro’ (a Jaime le decíamos ‘el Perro’) y le dijimos: haga algo para hacernos reír porque no podemos arrancar los libretos. De repente se empelotó y empezó a correr desnudo por todos los corredores de RTI, donde había centenares de personas. Me acuerdo que se le puso en frente a una de las secretarias, la más conservadora de todas, y le mostró el pipí y le dijo: «Perdone lo poquito pero es con todo cariño».
A veces, cansados de trabajar, nos escapábamos por las tardes al embalse de Tominé, en Guatavita, donde Jaime tenía un velerito para descansar. Navegábamos y conversábamos. Tenía una casa en la carrera 5ª donde había instalado un video beam gigante y ponía DVD de los mejores conciertos de salsa, algo que no se conocía en 1995, y los proyectaba en esa pantalla gigantesca. Nos pasábamos tardes enteras, solos o en unas rumbas apoteósicas que derivaban hasta el amanecer oyendo salsa y cantando.
Un día, en medio del almuerzo, en los estudios de RTI mandó a traer de Gravi un ataúd de utilería. Se metió adentro, se puso unos algodones en la nariz y narró su muerte. «Alerta Bogotá. En extrañas circunstancias fue asesinado el periodista y humorista Jaime Garzón de varios tiros». En ese momento todos estábamos cagados de la risa. Era muy gracioso verlo zampado ahí, narrando su entierro, contando quién había ido a la Plaza de Bolívar, cómo la cantidad de políticos que había insultado e injuriado llegaban allá, a llorar lágrimas de cocodrilo por alguien a quien, en realidad, detestaban. Qué premonición.
En medio de su locura, decía que el papá había muerto a los 38 años y que él no podía vivir más de esa edad porque sería una traición a su papá. Y curiosamente lo mataron cuando tenía 38 años. Con todas sus acciones de carácter político y de tratar de ayudar a los secuestrados, estaba buscando la muerte y finalmente la encontró. Jaime era una persona que no quería vivir más de lo que vivió.
En las comidas que organizaba los jueves, hubo dos situaciones muy tensas y divertidas al mismo tiempo. Una fue la primera vez que invitó al embajador gringo, Myles Frechette, a quien en Quac tratábamos de virrey, de vampiro, de hideputa, de todo. Pero fue curioso porque los dos se sintonizaron de inmediato. Jaime le mamó gallo, lo imitó y se hicieron muy amigos.
La otra situación fue muy tensa. Estaban Antonio Navarro y Jaime Castro. En los años 80, el M-19 ordenó secuestrar o no sé si matar a Jaime Castro y en la calle 32 con carrera 5ª, le botaron una grúa a la escolta. Hubo un tiroteo y casi matan a Castro. Uno de los comandantes del Eme era Navarro. Y cuando se encontraron en el apartamento de Garzón empezaron a insultarse decentemente. Navarro decía: «Usted fue un ministro que traicionó los diálogos de paz» y el otro decía «usted es un asesino que me mandó una grúa encima». Finalmente la cosa se arregló porque Jaime orquestaba todo el cuento y terminamos en una inmensa borrachera y Jaime Castro casi termina sentado en las piernas de Navarro.
Antonio Navarro Wolf – Político
«Como diría una mamá, era un manirroto total porque era de una generosidad enorme».
Yo conocí a Garzón en las épocas en la que firmamos los acuerdos de paz, en Santo Domingo (Cauca). Luego me lo encontré siendo yo alcalde de Pasto y me invitó a su casa a una reunión. Desde ese día, nos hicimos muy amigos. Luego me dijo que había un apartamento en el edificio donde vivía. «Pásese ahí antes de que cualquier bohemio alquile ese apartamento, arme fiestas y no me deje dormir». Él estaba en el quinto piso y yo en el sexto.
A su casa iba Enrique Santos Calderón, el ex fiscal Alfonso Gómez, María Emma Mejía… mejor dicho, se mezclaban todo tipo de personas. Él mismo y su esposa le servían a los invitados pasta y vino. Recuerdo que una vez fue don Hernando Santos, que ya estaba muy mayor. Era tan fregón el Garzón que don Hernando se fue al baño y Jaime le tomó una foto haciendo pipí. Su casa se convertía entre las 6:00 y las 10:00 p.m. en el lugar para ir a comer pasta y conversar con las personas más diversas.
En 1994 fui candidato a la presidencia y perdí y después me presenté como candidato a la alcaldía de Pasto, entonces, me sacó un chiste: «¿Qué hace un pastuso para ser alcalde de Pasto? Se presenta como candidato a la Presidencia de la República».
Para él, el dinero era un asunto totalmente accidental. Lo regalaba, le daba a la gente, invitaba a los amigos, mejor dicho era manirroto. La frase más inteligente y apropiada que le escuché fue en su momento cuando estaban en el proceso 8.000 y Jaime dijo: «Al presidente Samper hay que rodearlo… para que no se escape». Antes de morir, Jaime me dijo que quería ser candidato a la Cámara de Representantes.
«Era muy serio y disciplinado cuando se trataba del trabajo. Escribía bien».
En medio de su humor cáustico e irreverente, de su manía de burlarse de todas las personas y las instituciones, Jaime sentía una enorme responsabilidad política. Durante los cuatro años de mi gobierno trabajó en Palacio. Detrás del humorista había una persona preocupada por los problemas del país y su presencia en Palacio obedecía a su trabajo y a que quería enterarse de todo lo que estaba pasando.
Él se burlaba de todo lo que hacíamos pero encontramos una forma de trabajar. Su enorme interés por el país y por el tema de los derechos humanos lo llevó a traducir la Constitución del 91 a lenguas indígenas. También se preocupaba por los temas de la paz. Era muy serio y disciplinado cuando se trataba del trabajo. Nos ayudaba con documentos y escribía bien. Por ejemplo, hizo un borrador para el comunicado que sacamos cuando me nombraron Secretario de la OEA. Jaime se sentía bien en Palacio, caminaba por los pasillos, hacía bromas pesadas a todos, asistía a los eventos sociales, pero nunca tuvo inconvenientes con algún miembro del gobierno. Iba con nosotros a la Casa de Huéspedes de Cartagena, los fines de semana. Yo me fui en el 94, pero no dejé de verlo cada vez que venía a Colombia. Nos reuníamos con un grupo de amigos, como Rafael Pardo, María Jimena Duzán, Ricardo Santamaría, Miguel Silva, entre otros, y siempre terminábamos hablando de los problemas del país.
«Él no conocía la pena. En mi año de reinado fue a entrevistarme y se comió mi desayuno».
Jaime no conocía la pena. Cuando lo conocí, al día siguiente de la coronación en el desayuno real, fue el primero en entrevistarme para un noticiero. Me acuerdo que se sentó y se comió todo mi desayuno. Jaime nunca fue normal.
Cuando mi marido estaba de viaje, con el único que salía a comer sola, era con él. Yo le decía: «usted es tan feo que estoy segura que no me arman cuento». Él tenía una camioneta Cherokee y siempre que me iba a recoger forraba la silla con la bandera de Colombia. Íbamos a comer o almorzar con frecuencia. Un día le dije «deje de ser tan bobo, está muy cansón». Y se paró, se fue y me dejó sola.
Me acuerdo que me llegaba con pinta de nerdo y con los pantalones remangados hasta la rodilla. Siempre llegaba caracterizado. Cuando se arregló los dientes, era feliz quitándose la caja en todas partes.
El día mi matrimonio, en el Club Los lagartos, se bebió toda la champaña y me quedó debiendo el regalo. Se inventó que me había dado un tapete persa y en realidad me lo había enviado Julio Sánchez.
Archivo Cromos
El día anterior a su muerte, bajamos a la sala de redacción y me dijo que la gente de la Cruz Roja le había contado que Castaño lo quería matar. Me dijo que había hablado con Castaño por teléfono y que él le había dicho «hijuemadre, te vamos a matar». Jaime le dijo que quería conversar con él y dijo que iría hasta allá. Pero antes de colgar Jaime le dijo: «sólo le digo una cosa, si me va a matar, déjeme bien muerto, no me vaya a dejar cojo como a Navarro».
Había una palabra típica de Jaime. Se la ganaba cualquier persona que hablaba más de la cuenta: ¡Güesazo! Se escribe con G y Z para que suene correctamente y cuando se dice en voz alta, hay que subir y agudizar la voz en la segunda sílaba, que por cierto debe sonar más corta que las otras dos.
«Jaime es igualito a Maradona. Nacieron con una semana de diferencia».
Fue altanero con los de arriba, con gerentes, directores, pero con los demás era de una amabilidad total y de una generosidad impresionante. Me acuerdo que en el año 91 nos ganamos dos premios India Catalina por Zoociedad y la programadora decidió a dedo quiénes iban a recibirlos. A Jaime le pareció injusto que no fueran todos y de su plata compró pasajes para tres personas más, los invitó y les pagó todos los gastos en Cartagena.
No sé si era una persona feliz, pero era una persona muy comprometida. Se volvió muy amigo del presidente Gaviria y uno decía ¿Por qué está en esto? Pero con el paso del tiempo entendí que tenía un proyecto político en la cabeza, y Zoociedad y Quac no eran una finalidad sino una herramienta para llegar a lo que llamaba su proyecto político, que giraba en torno a la reconciliación, el diálogo y la paz.
Jaime quería ser el centro de atracción de todos. En su casa era todo lo contrario. Sólo preguntaba: “¿quiere más pasta?, ¿quiere más vino?”, y dejaba que la gente hablara. Quería crear un ambiente distendido para que opositores y personas que estaban en antagonismo por alguna razón, tuvieran un espacio en donde hablar de los temas tranquilamente.
Jaime es igualito a Maradona. Nacieron con una semana de diferencia, el 23 y 30 de octubre. Son personajes muy difíciles de definir. Maradona se le enfrenta a quien sea, a Avelange o al Papa, sin tener necesidad de armar huelga. Jaime era muy difícil analizar y entender, un personaje muy complejo. La última vez que lo vi, fue un mes antes de que lo mataran, enR@dionet.
Tenía personalidad de chicanero, le gustaba contar lo que le había comprado al carro y le daba una imagen de alguien arribista. Lo cierto es que era una persona humilde que de pronto se volvió famoso.
Fernando Bernal – Restaurante El Patio
«No entiendo cómo conquistaba a las mujeres siendo tan feo, pero lo hacía».
La primera vez que vino al restaurante estaba con la gente de Zoociedad y fue amor a primera vista. Me preguntó que si podía volver a comer y le ofrecí algún descuento. Después me dijo que si me podía cancelar quincenal o mensual y le dije que sí. Venía a almorzar todos los días. Le gustaba entrar a la cocina a tomarles el pelo a las cocineras, se inventaba recetas y molestaba a las meseras. Cuando se quitó los dientes y no podía comer creó el arroz Garzón, un arroz masacotudo con langostinos, camarones, calamares y verduras, todo muy picadito. Le gustaban los buenos vinos y el expreso con hielo.
El restaurante era un juguete para él, les mamaba gallo a los clientes y atendía las mesas. Era un amigo muy amoroso y afectuoso. Estaba pendiente de que nadie estuviera triste o le faltara algo. Jaime era muy afortunado con las mujeres, él lo sabía y se aprovechaba de eso.
Creo que nunca fue completamente feliz, porque era tan inteligente que entendía la realidad, la injusticia, la mentira y la politiquería y así no podía ser feliz. Además, en los últimos días se le notaba la angustia por las amenazas.
Hernando Corral – Periodista
«Jaime decía que a las mujeres hay que tratarlas muy bien para que no se enamoren de uno».
Jaime tenía 20 años y estaba haciendo la transición entre el colegio y la Universidad Nacional (estudió Derecho) cuando entró como colaborador a una red del Eln, que se llamaba Replanteamiento. Nos conocimos en una reunión camino a salir a la legalidad donde la gente empezó a conocerse y a mostrar su cara. A él se le conocía como Heidi, el personaje de televisión de la época. Era exactamente igual al que conocimos después.
Teníamos una posición muy crítica de lo que estaba pasando en el Eln y decidimos tomar distancia. Jaime reunió a amigos de ese grupo y a otros que no estaban en estas cosas clandestinas y se inventó un grupo al que llamó el Rotundo Vagabundo, en el que hablábamos de nuestras experiencias, de literatura, de política y de nuestras familias.
Una vez le dije: «Llame a Pacho Santos y hágase pasar por Belisario Betancur, consúltele qué opina si se lanza a la Constituyente de 1991». Llamamos a la casa de Pacho y él empezó a darle consejos sobre si lanzarse o no. Al final me tocó pasar a mí y decirle «Pachito, no se deje tomar el pelo que es Garzón mamándole gallo». Otra fue con García Márquez. En un restaurante estaban Enrique Santos y otras personas. En ese momento se habían roto las conversaciones con las Farc y el Eln en Caracas y Garzón se hizo pasar por el presidente Gaviria. Le dijo: «Hay una crisis en Cartagena con el proceso de paz. Usted que lo oye y lo respeta la guerrilla por qué no trata de intervenir con Carlos Andrés Pérez y tratan de mediar para que esto no se rompa». ‘Gabo’ dijo listo, voy a Caracas y hacemos las gestiones con Carlos Andrés. «Mañana le mando el avión presidencial», remató Garzón. Cuando Enrique Santos y los otros se dieron cuenta de la pega, le dijeron a Gabo. Él se molestó por esa tomadera de pelo.
Jaime era el tipo más generoso, era muy sensible y seguía siendo un hombre de izquierda. No radical, era un demócrata. Era muy solidario, simpático y en las discusiones serias se portaba con mucha altura porque era un tipo muy formado y muy buen lector.
Nelson Muñoz – Hijo de la ‘Tuti’
«El último consejo que me dejó es que hay que ser un bacán en la vida».
Cuando Jaime empezó a salir con mi mamá (Gloria Cecilia Hernández) y llegó a mi casa, tenía 21 años, era un pelado. Yo tenía 4 años. Él nos trataba (a mis dos hermanas y a mí) como si fuéramos sus hijos. Me presentaba como su hijo pero yo no le decía papá ni nada por el estilo. Nosotros le decíamos ‘Ja’. Era una persona alegre, muy sensible ante la vida. Me dio todo su amor y es una persona por la que siento admiración. Convivimos durante 17 años, aunque no siempre en la misma casa.
De Jaime tengo muchos recuerdos en la casa de La Calera, donde vivimos muchas cosas. Un día común allá era compartir con los campesinos del sitio, tomar agua de panela, y leer. En cuanto a la lectura él era muy abierto a que uno se definiera intelectualmente. Me acuerdo que una vez me regaló Las mil y una noches, una versión bien bacana, y me inculcó el gusto por Borges, desde pequeño.
Yo recibí muy pocos regaños de él, tal vez tres en todos los años que compartimos. De niño me acuerdo que una vez lo hizo porque me peleé con mi hermana. Eran por cosas pequeñas. Nuestra relación era muy curiosa porque los espacios para expresar el amor o para que habláramos de nuestras vidas eran muy pocos, pero cuando lo hacíamos nos contábamos las cosas con frescura.
En la vida cotidiana siempre nos dio una lección o un consejo. Me acuerdo que él llegaba con mil historias para contar de lo que había vivido en el día. Jaime con mi mamá fue muy cariñoso y especial. A él no le gustaba que le celebraran el cumpleaños o que uno le regalara cosas. Hubo otra etapa en la que sagradamente los domingos íbamos a comer a sitios como Pozzeto, El Patio y Luna.
Recuerdo que la última vez que lo vi fue el día que lo mataron, en la madrugada. Yo iba para la Universidad del Rosario, pero no nos hablamos. En la noche anterior sí lo hicimos. Y fue muy triste, porque él ya sabía que lo querían matar y nos contó lo de las amenazas de Carlos Castaño. Fue lo último que hablamos. El último consejo que me dio es que hay que ser un bacán en la vida.
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