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La economía de este país no tiene futuro si lo único que prometen los candidatos presidenciales es aumentar el asistencialismo a base de subsidios para la gente que no quiere trabajar.

El ambiente social y político de Colombia aparece enrarecido frente a las elecciones presidenciales del domingo 29 de mayo, donde ocho aspirantes a la primera magistratura de la nación protagonizan uno de los procesos electorales más complejos de los últimos tiempos.
Los aspirantes al principal empleo ya no tienen más que decir sobre la paz, la reconciliación, el entendimiento y la pobreza de millones de compatriotas que habitan en cinturones de miseria, cuando en realidad son muchas las aspiraciones y muy pocas las soluciones que puedan ofrecerse en esta coyuntura de la vida colombiana.
En los foros organizados por las cadenas RCN y Caracol con los ocho aspirantes a la presidencia de la República, los candidatos realizan sobrehumanos esfuerzos para aparecer generosos, abiertos y extrovertidos ante grupos de jóvenes que sueñan con el futuro de esta nación, donde la miseria tocó a las puertas de millones de familias, a raíz de la pandemia del coronavirus, que dejó profundas heridas y enormes consecuencias sociales y económicas en este país.
El sistema asistencialista creado por este gobierno para darle de comer a los más pobres y para mejorar las condiciones de vivienda digna en zonas urbanas y rurales del país, ha devorado las finanzas de la nación y está creando una nueva generación de jóvenes que ya no quieren trabajar, de personas perezosas y atenidas, que consideran obligación del gobierno regalarles todo, hasta las matrículas universitarias, que la administración del presidente Iván Duque les entregó a raíz de la protestas callejeras del año pasado.
Los esfuerzos de los gobiernos nacionales, departamentales y municipales para impulsar el emprendimiento no han sido suficientes, porque la gente se acostumbró a que todo se lo debe regalar el gobierno.
El país tiene veintidós millones de hectáreas disponibles para la agricultura y la ganadería, pero los jóvenes se vinieron para las ciudades, atraídos por la falsa ilusión de beneficiarse con los programas de vivienda gratuita, de educación universitaria gratuita y comida gratuita los bancos de alimentos que han creado algunas entidades privadas.
Los candidatos presidenciales manipulan la mente de los colombianos, prometiéndoles una vida mejor, cuando en realidad los cinturones de miseria de las grandes ciudades son lugares donde la falta de oportunidades laborales multiplica el microtráfico, la explosión demográfica de parejas de jóvenes que a muy temprana edad quieren desarrollar sus fantasías sexuales y muy poco interés por el trabajo productivo.
Las políticas de estado estimulan la pobreza y hacen que las nuevas generaciones ahoguen su temprana juventud en el consumo de estupefacientes, que ha sido despenalizado por una absurda legislación penal que estimula el consumo de marihuana y cocaína.
La proliferación de bandas de narcotraficantes y terroristas que están sometiendo a las comunidades campesinas, multiplicando el despojo de tierras productivas y colocando en peligro la vida de millones de colombianos, ha multiplicado el clima de tensión e incertidumbre que padece Colombia a pocos días de las elecciones presidenciales.
Solamente el trabajo honrado puede recomponer el tejido social de las familias colombianas.
La corrupción ha hecho tabla rasa en medio de la tormenta social que está multiplicando la inseguridad la violencia.
La economía de este país no tiene futuro si lo único que prometen los candidatos presidenciales es aumentar el asistencialismo a base de subsidios para la gente que no quiere trabajar.