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Nacional

La educación ideologizada es punta de lanza en la batalla cultural acompañada por la expresión de las nuevas ciudadanías

Subvertir los símbolos patrios se ha vuelto popular en estos tiempos, con desenfado se le considera justificado acto de rebeldía contra el orden establecido; falazmente denota inteligencia, resistencia y valentía. En redes sociales, impresos y desde el Congreso de la República algunos legisladores han normalizado la alteración de la bandera nacional, exhibiéndola de manera irregular con el rojo en la parte superior con voces de odio y de resentimiento. Tal proceder evidencia la supina ignorancia de quienes así lo estilan, aunada al irrespeto hacia los que aún creen en el valor histórico y patriótico de estos símbolos. La bandera tricolor es símbolo de unidad y de identidad nacional. Se hincha el pecho cuando fuera de la Patria se ven ondear el amarillo extenso, el azul y el rojo en un solo cuerpo.

La multitud desconoce que trastocar el orden de los colores del estandarte nacional corresponde a una de las estrategias de lucha por el poder denominada batalla cultural. Karl Marx (1818-1883) en El Capital marcó el camino para el acceso al poder mediante la lucha de clases. La clase proletaria podría hacerse propietaria de los medios de producción al derrotar a la clase burguesa. Esa línea de conducta es imperativa en el quehacer de muchas organizaciones que interpretan la lucha de clases como un mecanismo adosado con violencia para llegar a las cumbres del poder.

La tesis marxista de lucha de clases fue moldeada por el filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937), que hizo del marxismo su credo. Activista del partido comunista italiano que acuñó su discurso filosófico desde el concepto de hegemonía cultural; instrumento al servicio de la clase dominante que subyuga a la clase proletaria, propósito en el que la Iglesia, el sistema educativo y el periodismo prestarían un singular aporte. La batalla de trincheras debería ser sustituida por la batalla de posiciones. El proletariado no obtendría el poder exclusivamente a través de la violencia, en su lugar lo haría desde los roles desempeñados bien fuese en el púlpito, en la cátedra o en los medios de comunicación, hoy desde las trincheras de las redes sociales; espacios que conformarían el nuevo proscenio de la lucha por el poder. La batalla de trincheras trocaría en batalla cultural que de manera lenta e imperceptible arreciaría hasta lograr la victoria en la consecución del poder.

Para Gramsci el concepto de Patria es un sentimiento de identidad impuesto por las clases dominantes. En la batalla cultural se vale desvirtuar los símbolos patrios por constituirse éstos en emblema de dominación. La negación del concepto de Patria no es la única arma de esta batalla cultural, lo constituyen también el lenguaje incluyente como elemento de igualitarismo, la ideología de género, el feminismo, el anticlericalismo, el ambientalismo radical, el antiespecismo radical, la retórica de los derechos humanos absolutos e infinitos, la discriminación positiva generalizada, el privilegio de los derechos de las minorías sobre los derechos de las mayorías, entre otras tantas. No son simples modas postmodernistas como algunos lo creen, se trata de un campo de batalla cultural diseñado hace varios decenios que busca asolar la idea de Patria y desdeñar el conservadurismo de sus valores e instituciones.

La educación ideologizada es punta de lanza en la batalla cultural acompañada por la expresión de las nuevas ciudadanías. Preocupa el obrar de maestros que dejan de lado la enseñanza de los valores nacionales para aupar a sus educandos a colocar la bandera nacional al revés y desconocer los símbolos patrios; de esta manera niegan el pasado, afrentan el presente para cercenar la posibilidad de un futuro amable para quienes están por venir. Ojalá el tiempo no avale la tesis de Gramsci, ni a quienes ingenuamente son monigotes de los que conscientemente aplican las ideas del italiano. El pabellón nacional es presea de la colombianidad.

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