Política
La manguala bipartidista y el reparto de la torta: anticomunismo remanufacturado (II).

Las élites gobernantes, que conocen muy bien la historia pero la soslayan, han logrado inculcar en el pueblo la idea de que la Historia es algo de apenas 5 ó 10 años atrás. El ahistoricismo hacia las masas, es aplicación de aquello que descubriera y pronosticara Karl Marx hacia el futuro, vigente aun: “En toda sociedad dividida en clases, la ideología dominante, es la ideología de la clase dominante”. Esto para continuar la primera parte sobre ‘el anticomunismo ambiente’, pero también para responder al ingeniero Álvaro Beltrán Pinzón, uno de los dirigentes del bloque de clases gobernantes en Bucaramanga y Santander.
Cuando el pueblo reaccionó ante el asesinato de Gaitán el 9 de abril de 1948, y se echaron los primeros tiros y si tiraron las primeras piedras, varias de estas lo fueron contra la casa del ‘monstruo Laureano Gómez’, quien había impuesto al presidente Ospina Pérez (Mariano). Laureano ante la “agresión comunista” huyó con rumbo, como no… a los EE.UU., y a su regreso, como dijimos, lanzó la célebre consigna del basilisco colombiano, en Medellín en junio de 1949.
Pero la reacción del pueblo ante el magnicidio se expresó de diversas formas en diferentes lugares del país. En Barrancabermeja, por ejemplo, los obreros petroleros de la Troco (posteriormente Ecopetrol) encabezados por los comunistas y los gaitanistas, amén de amplios sectores sociales, populares y políticos tomaron el poder local, y crearon la Comuna de Barrancabermeja, a cuya cabeza se puso al concejal gaitanista Rafael Rangel Gómez (luego conocido como ‘el mocho Rangel’) quien fungió los diez días posteriores como Alcalde. Sobre el tema, ahora olvidado, escribió in extenso uno de los actores, el médico Gonzalo Buenahora, en su obra ‘La Comuna de Barranca’ (*) y luego Apolinar Díaz Callejas, también actor de ese hecho histórico, en su obra ‘Diez días de poder popular’ (**). Por eso no ahondaremos el tema, aunque sí debemos señalar que en el puerto petrolero no hubo un solo muerto. El primer acto de gobierno fue imponer la ley seca y la destrucción de todas las bebidas embriagantes por parte de la milicia popular, a la que entregaron sus armas el ejército y la policía. Se sellaron los bares, y las putas pasaron a ser las ayudantes de la gran cocina popular; y si bien es cierto los conservadores
más notables fueron ‘encarcelados’, lo fue como una medida para su propia salvaguarda, ya que la consigna nacional era “matar godos”.
El 19 de abril ese gobierno popular, tras conversaciones y promesas de Darío Echandía, en representación del gobierno de Ospina Pérez, depuso el poder con ‘compromisos solemnes’ (que recuerdan las Capitulaciones de los Comuneros, entre otros), promesas que obviamente se incumplieron. Por eso en Barrancabermeja, iniciada la represión oficial y chulavita, post-9 de abril, con consejos de guerra, el propio Rangel y la pléyade de los dirigentes populares debieron alzarse en armas para defender lo único que les quedaba: la vida. En la guerrilla organizada por este, en la región de San Vicente de Chucurí, destacó, entre otros, Pedro Rodríguez, padre de Nicolás Rodríguez Bautista ‘Gabino’, jefe político del ELN y José Solano Sepúlveda ‘Tirapavas’, también jefe del futuro ELN.
Lo mismo aconteció en múltiples lugares del país, como en los Llanos Orientales, varias provincias de Santander, el Tolima y el Huila, regiones de Valle del Cauca y muchos sitios más. La gente a cuyos ranchos, localidades y caseríos llegaba la chulavita (y los ‘pájaros’ en el occidente) era asesinada y la que se salvaba –como estilaban decir– era extrañada; confiscado todo lo de valor; sus ranchos quemados; y miles de vejámenes indescriptibles. Lo único que les quedaba era el cuero, y había que defenderlo con lo que se tuviera a mano. No es como dice el señor ingeniero Beltrán Pinzón, que fueron algo así como infiltrados por extremistas.
Esas guerrillas actuaron en todo ese período en la mayor parte del país unificadas. Eran de liberales, pero también de comunistas y de gentes sin partido, igualmente perseguidas, no tanto por convicciones políticas o ideológicas, de las que carecían en su mayoría, sino por la apropiación de sus haberes, en una especie de acumulación originaria.
Pero el movimiento guerrillero (que en muchos sitios fue solo antigodo y antichulavita) creció de tal forma, que amenazaba el poder ejercido por Laureano Gómez –elegido en mayo de 1950– o por su delegado Roberto Urdaneta Arbeláez, lo que llevó a que las élites tradicionales, que ejercen completamente el poder desde mediados del siglo XIX, decidieran que era necesario sacar del gobierno a un representante del capitalismo-rural (parecido a Uribe Vélez), lo que hizo posible la alianza de las élites tradicionales para dar el golpe de estado, que Echandía llamó desparpajadamente “golpe de opinión”, y llevar a Gustavo Rojas Pinilla a la presidencia. En buena parte además, porque Laureano intentó adelantar una constituyente de bolsillo clerical y ultramontana.
La llegada de Rojas se hace sobre la base de plantear la “paz y la reconciliación”, el restablecimiento de la democracia y las libertades civiles, y eso hace que el grueso de las columnas guerrilleras de los Llanos, pero también las liberales del Tolima y Huila, de Santander y otros lugares se desmovilicen y entreguen las armas. Son archiconocidas las fotografías de la entrega de las huestes de Guadalupe Salcedo, el ‘General Peligro’, el ‘Capitán Veneno’, etc., de filiación liberal, e incluso de tropas comunistas como las comandadas por Juan de la Cruz Varela, ‘Solito’, etcétera. Entre las liberales, se entregan en 1954, las de Rangel, a quien le ofrecen garantías, trabajo, seguridad y la larga y conocida monserga. Algunos cuadros que no se habían incorporado a las guerrillas en Barranca, como el dirigente comunista Aurelio Rodríguez, habían sido asesinados por la chulavita, que se había convertido en cuerpo élite de la policía nacional.
Rangel va a Bogotá (donde posteriormente será asesinado por los tombos Guadalupe Salcedo) y tiene que salir de nuevo a la lucha armada, cuando piquetes godos y de la policía atacan la tienda que había establecido en Teusaquillo.
Los campesinos que no entregan las armas, se desmovilizan militarmente y comienzan a abrir selva para construir departamentos enteros (lo que está por escribirse), pero contra ellos arremete, con el argumento anticomunista, remanufacturado, el establecimiento encabezado por el ‘general de la paz’.
Había dicho que iniciaría el cuento de la UNO, pero por los líos de contestar a Beltrán Pinzón, y por la Historia de Colombia, que no es los últimos diez años, tendremos que dejar eso para una cuarta o quinta entrega.
Alfredo Valdivieso
Secretario general PCC Santander.
*La comuna de Barranca, Gonzalo Buenahora, Editorial Leipzig, Bogotá 1972.
**Los diez días de poder popular, Apolinar Díaz Callejas. Editorial Labrador, Bogotá 1988