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Las tres virtudes del político inspirador Por: Fabio Arévalo Rosero MD.

En política se puede diferenciar entre los pecados de los hombres y la limpieza de las ideas. No es fácil elegir un buen gobernante. Las estrategias electoreras le funcionan a los más habilidosos, adinerados, tantas veces incompetentes y poco expertos. Cuando la política pretende hacer la obra de Dios, ya no es divina, sino demoníaca. Cuando se ejerce con pretensiones egoístas (con intereses ocultos) terminan padeciendo los pobres “feligreses” como lo ilustra esta historia que deja una profunda lección sobre lo que sigue aconteciendo. Son las disputas por los intereses mezquinos de la política “non sancta”.
Cuentan que en cierto pueblo murió un burro frente a la iglesia. Una semana después el cuerpo del animal seguía allí. El cura decidió llamar al alcalde y lo increpó: “Señor alcalde tengo un burro muerto hace una semana frente a la iglesia”. El alcalde, adversario político del clérigo le contesta: “Padre ¿no es el Señor quien tiene la obligación de cuidar de los muertos?’ El curtido cura le responde: “Así es, pero también es mi obligación avisar a los parientes”. Ello confirma que el retraso de los pueblos es además producto de esas eternas discusiones e intereses ocultos y sesgados, que no permiten avanzar en equipo.
La gente hoy quiere esperanza y transformación. Para ello es indispensable la innovación, la creatividad y un liderazgo legítimo. Los gobernantes competentes con alta capacidad de persuasión son capaces de generar confianza. Para ello se necesita un poco de “arte pop” como lo enseñó Steve Jobs, genio de la manzana, una especie de Sócrates del Siglo XXI.
La inteligencia intuitiva es indispensable para consolidar un liderazgo que logre dar diseño, arte e identidad a una comunidad. Es la capacidad de ser visionario e innovador que inspire trabajo en equipo, provocando acuerdos, procesos, resultados y cambios. Es la habilidad para tomar decisiones precisas y acertadas en el tiempo justo. Todos tenemos inteligencia intuitiva, pero le sacan partido los inspiradores, en quienes encontramos tres “virtudes”:
1. La formación, como cúmulo de conceptos derivados de un proceso y aprendizaje, además de una actitud sólida de criterio firme.
2. La experiencia, con millones de datos prácticos acumulados durante años con capacidad de ponerlos a funcionar.
3. La capacidad de comunicar a partir de una metodología que permite reconocer e identificar las sensaciones y trasmitirlas adecuadamente.
La formación, la experiencia y la comunicación que bordean la excelencia, definen un perfil de liderazgo transformador, escaso en los políticos tradicionales. Aquellos que se siguen haciendo reelegir con un viejo estilo y “mañas” no convencionales, sin sonrojarse. La gran mayoría de quienes intervienen en política pasan sin pena ni gloria. Revisemos a los dirigentes del país y su gestión en los últimos 30 años. Es decepcionante, salvo excepciones.
Los políticos deben inspirarse en genios como Steve Jobs, pero adolecen de una suficiente inteligencia intuitiva para anticipar su gestión. Como lo dijo Churchill: “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana; el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo”.
Es lamentable que aún tengamos que ver y sentir que la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos. Recordemos que cuanto más damos a los demás, más logramos de ellos.
Apostilla: “Los políticos siempre hacen lo mismo: prometen construir un puente, aunque no haya río”. Nikita Kruschev.