Gabriela Arredondo Torres partió de este mundo cuando apenas tenía 17 años y dejó un legado muy grande. Sus padres, Ancizar y Sandra, y sus tres hermanas, tomaron la decisión de donar sus órganos
“Nos reunimos con Sandra y mis hijas y dijimos bueno, el diagnóstico no es nada esperanzador, todos queremos que Gabriela viva, pero ahora está en estado vegetativo y si llega a fallecer, vamos a donar sus órganos, como ella lo quería y como todos lo hemos pensado en algún momento. Prácticamente, fue un sí rotundo, sin pensarlo, sin dudarlo, eso estaba decidido. Cuando Gabriela fallece fue muy fácil tomar la decisión de donar”, recuerda don Ancizar.
La donación de órganos y tejidos no era un tema nuevo para don Ancizar y su familia. Tampoco lo era para Gabriela, quien en alguna oportunidad le dijo a su padre “papi yo te amo mucho y si algún día te falta tu corazón, yo te doy el mío”.
Gabriela en ese momento tendría unos 15 años y este caleño de 53 años sintió que fueron palabras “como fulminantes, pues que un hijo le diga a uno que prefiere que viva el papá antes que ella, es duro. Ese tema quedó ahí, me dio un abrazo. Igual hablamos de órganos y de la posibilidad de donar en vida o cuando se fallece, que también se puede donar. Eso es una forma de servir a otros que necesitan. Ella me dijo que también quería donar sus órganos si llegaba a fallecer. Eran las palabras de una niña de 15 o 16 años con sus papás”.
Ya han pasado cuatro años de la partida de Gabriela. Una tragedia que inició para la familia Arredondo Torres un 6 de septiembre. A pesar de llevar una vida sana, con pequeñas complicaciones, que fue superando con el tiempo, de un momento a otro, sufrió un desmayo del que no despertó jamás.
“Ella tenía clase en la mañana, pero decidió quedarse en la casa porque se sentía como cansada. En un momento recibo una llamada de mis hijas, para decirme que Gabriela se había desmayado y no respondía. Ya me había bañado y estaba en pantaloneta. Me puse un pantalón, una camisa, cogí mi billetera y no sé cómo salí, cruce la calle y llegué la casa, ubicada a unas cuadras del hospital universitario. La cargué en mis brazos y salí con ella corriendo y entramos a urgencias del hospital. Ahí empezó la situación compleja con Gabriela, no respondía a signos, a nada. Había sufrido un derrame y su celebro se había llenado de sangre y líquido. La operaron y su diagnóstico era reservado”, cuenta este hombre, casado con Sandra Milena Torres, padre de cuatro hijas y hoy separado.
Gabriela permaneció doce días hospitalizada, conectada a unos aparatos que la mantenía viva. Para don Ancizar y su familia, fueron días duros, el cerebro de la niña no respondía, aunque todo su cuerpo estaba sano. Simplemente, se aferraban a su juventud, para salir adelante.
“A los tres días de ocurrido todo, fuimos con Sandra a la capilla y le dije a Dios que le entregaba mi hija, que no podía con eso, que era muy pesado. En medio del desespero, también me cuestioné el por qué. Pensé, Señor me la diste durante 17 años, me la prestaste, ahora es tuya. Si me la vas a devolver para disfrutarla más años, permíteme disfrutarla sana. Que sea tu voluntad y no la mía. Falleció el 18 de septiembre a las 4 de la tarde”, recuerda con nostalgia.
Hoy, don Ancizar y su familia sienten que al donar sus órganos, no sólo cumplieron con la voluntad de Gabriela. También fueron fieles a la forma de ser de su pequeña hija, una niña servicial, de corazón bondadoso.
“Gabriela era una niña muy inteligente, entradora, habladora, alegre. Muy madura para su edad, ya tenía en su cabeza qué quería ser. Uno no tiene hijos favoritos y más bien lo que se tiene es como compatibilidades con un hijo y con Gabriela éramos eso. Con Gabriela había una conexión especial. Ella siempre estaba al lado mío, para todo lugar, siempre estaba a mi lado.
Le gustaba mucho la cocina, le gustaba mucho la parte de repostería y la gastronomía. Era muy devota de la virgen de Guadalupe y uno de sus sueños, era visitar México e ir al cerro donde está la virgen.
A Gabriel le encantaba servir. Con mi esposa teníamos un comedor donde les brindamos un desayuno a las personas de la calle. Ella era a la única que le nacía servirle al habitante de calle, no le molestaba el mal olor, no le molestaba que estuvieran sucios. Nada de eso, le encantaba servir, siempre le encantó servir”, dice don Ancizar.
El recuerdo de Gabriela sigue en el corazón de la familia Arredondo Torres, cada septiembre lo viven con nostalgia, pero al mismo tiempo, con alegría, pues están seguros de que “Dios la necesita y la necesita pura. Ella se va apara el cielo. Dios sabe cómo hace sus cosas. Perder un hijo es como una puñalada. Se sufre mucho, es muy duro. Pareciera como si a uno le arrancaran un pedazo de su piel, de su cuerpo, de su corazón. El recuerdo de Gabriela siempre lo vamos a tener, siempre”.
Más unidos que nunca, siguen convencidos de que donar los órganos de Gabriela fue la mejor decisión, ya que “la donación es la mejor opción de servirle a quien lo necesita. Dimos un gran paso, hicimos felices a otras personas y permitimos, de alguna manera, con los órganos de nuestra hija, que otras personas tuvieran una mejor calidad de vida. A Dios gracias, están vivas gracias a ese órgano donado.
Nuestra hija falleció. No podíamos hacer nada por ella, pero sí podíamos hacer algo por muchas personas y lo que he aprendido es eso, ayudar a otros. Sin conocer quien recibió sus órganos, siempre decimos que Gabriela está por ahí, en el cuerpo de otras personas.
A través de la muerte, les damos vida a otras personas. Los órganos de una persona cuando son donados o trasplantados a otra persona, es dar una segunda oportunidad de vida. Donar sigue siendo la mejor opción, absolutamente”, concluye don Ancizar.
Fuente: Ancizar Arredondo. Gabriela en alguna oportunidad le dijo a su padre “papi yo te amo mucho y si algún día te falta tu corazón, yo te doy el mío”