Obliguémonos a pensar lo positivo. Un novelista francés dijo que algunos se quejan porque las rosas tienen espinas; yo estoy agradecido porque las tienen; cambié el punto de vista.
En lugar de ver las espinas, ¡veamos las rosas! Cambiemos el hábito de siempre ver lo malo de la pareja y equilibremos el pensamiento con lo positivo: «siempre llega tarde, pero trae pollo», «es feo, pero me hace reír», «trabaja mucho, pero hay plata», «se demora con la comida, pero es deliciosa»…
No permitamos que lo que otros hacen o dicen nos haga pensar negativamente: ¿somos conductores o pasajeros?, ¿manejamos nuestros pensamientos o dejamos que otros lo hagan?
¡Seamos positivos! Muchos vienen a nuestra iglesia y dicen «¡qué idea tan increíble!, ¿cómo se les ocurrió?». Eso me lleva a pensar que muchas grandes ideas son el resultado de oraciones no contestadas. Si en lugar de pensar lo malo, pensamos lo bueno, ¡veremos que los obstáculos son oportunidades!
Dejemos de “adivinar” lo que los demás piensan. Si su enamorado no le responde, no piense «¿qué estará haciendo?», sino «¡uy, quedó tan impactado que no sabe qué contestarme!».
¡Dejemos de ponerle reglas a la vida!; muchas de nuestras desgracias son por eso: «si me amaras, no harías eso». Esas reglas nos amargan. Señoras, Señores, ¡las amamos! O ¡los amamos¡ solo que algunas o algunos nos encarcelaron en comportamientos y solo somos hombres o mujeres .
Lo que si es claro es que aquello de lo que temes es lo que añoras y muchas veces esa sonrisa es la que soñabas muchas veces, puedes estar acompañado donde simplemente estas más solo que nunca y te sorprende que lo que hayas siempre querido se tropieza en el momento que menos esperaba….
Señores, señoras dejen de pensar cosas como «si tuviera plata sería un buen papá y le pagaría una buena universidad a mis hijos». Aun si no tienen dinero, ¡son buenos padres! O si el tiene dinero es el mejor hombre o la mejor mujer, Si pensamos que somos unos perdedores y esa es la manera en la que nos vemos, ¡cambiémosla orando!: «Señor, perdóname porque, aunque soy salvo, sigo pensando como antes. Debo cambiar y no seguir bajo la ley, sino bajo la gracia. Te entrego mi mente para que la transformes y hagas que piense lo bueno. ¡A partir de hoy viviré bajo la gracia!».