Así como están las cosas, con sencillez podríamos pensar que resulta fácil identificar la abismal diferencia existente entre los ricos y los pobres, los amos y los esclavos, el dichoso y el infeliz, los normales y los superhombres.
Quizá la diferencia entre unos y otros esté en sus vivencias, forma de pensar y actitudes, pues mientras los fuertes van tras el poder, los débiles se agachan y obedecen.
Mientras el rico se “parapeta” en su propio destino, el pobre se hace a la idea que todo está definido.
A la hora que el amo sueña en grandes metas por lograr, el esclavo piensa en su incapacidad y tiende hacia la mendicidad.
El primero se aferra a sus potencialidades; el otro se cree inferior y sin posibilidades.
Este agradece a Dios por cada éxito obtenido, aquel no hace sino pedirle.
El superhombre vive bajo el convencimiento que merece lo mejor, el esclavo piensa que la pobreza y la miseria son su salvación.
Los inmensos viven el presente y todos los momentos de sus vidas, los pequeños y disminuidos viven poseídos por el pasado y sus resentimientos.
Tras todo esto se deduce que unos nacieron para ganar y otros están aquí como perdedores.
Faltaría solamente preguntarnos en cual grupo estamos “matriculados” y en cual vamos a continuar, pero asumiendo una actitud nueva de perseverancia, dedicación, responsabilidad y visión futurista.
Este es el verdadero salto que debemos dar, si queremos convertirnos en ejemplos de vida y encontrar la excelencia para disfrutar de las mieles del éxito, diferenciándonos de los que no arriesgan nada y “apoltronados” en el mundo de la indiferencia se hunden en el fango de la miseria, el abandono y la desgracia.