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No son las únicas destinadas a ser las correctas » Las Pálabras»

A título personal[1] me resulta además de curioso un tanto egoísta pensar que las palabras que usamos diariamente sean las únicas destinadas a ser las correctas; es particularmente monstruoso suponer que sólo estas son las llamadas a hacer parte del universo comunicativo del hombre; es de alguna manera una forma muy sutil, si es que se puede ver así, de castrar la creatividad, la propulsa rebeldía de aquel o de aquellos que quieren y necesitan decir algo, y no necesariamente bajo la vieja usanza comunicativa, sino a partir de un nuevo lenguaje, de una nueva forma de sentir y vivir las palabras. No obstante, en medio de todo esto existe una hermosa y acalorada discusión en torno a la veracidad y rigurosidad etimológica del lenguaje… pero al final ¿no se supone que esto que ustedes hoy descodifican también hace parte de una invención, tal vez responsable, aguda y consciente de las palabras, pero ciertamente sugerida y re-creada desde la imaginación? El punto es que el lenguaje no cesa de cambiar y tal cual como los humanos los términos nacen, crecen y sin remedio alguno mueren, por ejemplo, la expresión amover[2]. Esta dejó de utilizarse en el siglo XIX y hoy por hoy es asumida y comprendida como remover; hay otras, sin embargo, que han desafiado al tiempo, visten de vejete y pocos conocen: uebos, de las más antiguas del idioma, su uso sólo es posible en plural y responde a esa necesidad de tener algo con urgencia, para el caso concreto tenemos uebos de conocer un poco más a nuestras palabras.

Ciertamente no intento de ninguna manera proponer la construcción de una nueva lengua y mucho menos incitar al uso permanente del sindarin o el parcel, se trata simplemente de darle un vistazo a ese universo colectivo que hemos ido creando y reproduciendo a través de la historia; es necesario que entendamos la  coexistencia que hay entre la magia y las infinitas formas que habitan cada palabra; lo digo yo, un joven literato glabro, recalvastro o en términos más mundanos y sencillos: un joven literato calvo enamorado de la historia de las palabras.

No me queda la menor duda, hay vigor y vida en cada cosa que decimos o insinuamos… el imaginario se desplaza a velocidades vertiginosas cuando encontramos uniones particulares de palabras que nos cuentan historias dentro de las historias. Por ejemplo, nunca lo noté, pero mi abuela es 2 veces flor, su nombre es Rosa Margarita, mi mamá lleva consigo el enorme capricho de vivir, como lo dispone su apellido, en un Palacio, el señor Armando Casas resultó ser, por cosas del destino, un buen arquitecto y la señora Dolores Delano al final fue de las menos favorecidas. Sin lugar a dudas las posibilidades del lenguaje son infinitas; recuerdo brevemente las palabras de Juan Gossain afirmando que el amor y la belleza viven en el reino de las palabras, así un día, sin más, se detuvo a pensar en Vicente del Bosque, no en el hombre sino en el nombre y lo casó de manera imaginaria con Carmencita Arboleda para concluir que si hubiesen tenido una hija sería mas jardín que niña.

No hay duda de que este tipo de reflexiones llegan de tanto cacharrear el lenguaje, pero eso sí desde la comprensión colombiana que la entiende como la acción de intentar arreglar o aprender algo sin ser profesional; en América Central por el contrario es encarcelar; en Chile responde a actuar con lentitud; en España se trata de pasar el tiempo haciendo algo. Damas y caballeros aquí con ustedes otra arista mágica, la de los conceptos y sus transformaciones culturales.

Cerremos con broche de oro y permítase cacharrear la siguiente frase, eso sí, desde la conceptualización colombiana: Deja la procastinación de lado, el petricor ha inundado la ciudad, ese sentimiento sempiterno que vive en ti debe salir de una vez por todas, tu munificencia es la clave, lo mereces, sé que piensas que es ímprobo pero lo mereces.

[1] Este documento está escrito en primera persona porque la reflexión hecha aquí responde a cavilaciones personales generadas mediante diálogos suscitados por las letras de autores que como yo han encontrado en la palabra un mundo atiborrado de magia, posibilidades y opciones delirantes.

[2] Destitución de un servidor público.

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