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“Perdonar hasta 70 veces siete”

Pedro, el Apóstol que recibió el poder de las llaves es el que pregunta al Señor: “Cuantas veces he de perdonar a mi hermano”. Él mismo fue perdonado más tarde por el Señor por sus tres negaciones. Aquí se trata de un delito de mi hermano contra mí, pero no indica la gravedad del mismo.

La pregunta trata de la medida del perdón. Pedro pregunta que si debe perdonar hasta siete veces. Este es el número perfecto entre los judíos. Los más generosos hablaban de perdonar hasta cuatro veces. Pedro, que había oído hablar tantas veces al Señor sobre la necesidad del perdón de las ofensas, por eso se mostraba tan generoso. La propuesta de Pedro quiere decir que está dispuesto a perdonar más allá de donde exige la obligación del amor entre los judíos.

La respuesta de Jesús muestra una generosidad sin límites. Jesús rebasa toda medida. Hay que perdonar siempre, sin medida, sin límites. Esa es la disposición del Padre celestial y hay que ser perfectos como el Padre que está en los cielos. Aunque el hermano siempre recaiga en  la misma falta no hay que desistir del perdón aunque no se llegue al acto externo de reconciliación. En el corazón nunca debe haber un sentimiento de enemistad y endurecimiento.

Seguramente el Señor tiene en mente el canto del perverso Lamec que trae el libro del Génesis: “Mujeres de Lamec, oíd mi voz: por una herida mataré a un hombre, y a un joven, por una bofetada Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta veces siete” ( 4,23ss ). Dios se había  reservado la venganza de Caín, pero Lamec la asume por su cuenta y todavía va más lejos: si alguien intenta contra Lamec, la venganza será feroz y desmedida.

El mal se reproduce de mil maneras y un pecado siempre origina otros peores. Ante tanta ferocidad, el Señor enseña que el mal sólo será detenido con una medida ilimitada del bien. Solamente así se  puede detener la manera incesante y ascendente del pecado. San Pablo decía: “No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien” (Tim 12,21).

Para que se entendiera mejor esta doctrina, el Señor propuso una parábola. Había un rey  que tenía un administrador que resultó ladrón. En la Biblia se trata de  un personaje importante..(Tob) Al saberlo, lo llamó a cuentas, Le había esquilmado unos tres mil millones de pesos. Una suma tan grande que no cabe en nuestra mente. Y aunque hubiera sido vendido él, su mujer y sus hijos, según las leyes que regían en esa época, no hubiera podido pagar ni la milésima parte de ese tan gran desfalco.

Esta situación quiere dar a entender que este hombre está en un atolladero sin salida y  que su salvación está solamente en manos de su señor. Tal es la situación del hombre ante Dios ( TOB )

El administrador se llenó de pavor al pensar  en lo que le esperaba; se arrojó a los pies y le suplicó que le diera un tiempo y que le pagaría la deuda.

El rey se llenó de compasión y lo que jamás esperaba el administrador infiel, le perdonó toda la deuda. Una tal misericordia, compasión y generosidad no podría venir sino de Dios Padre. Pero el administrador salió de la presencia del rey, se encontró inmediatamente con su compañero que le debía lo equivalente a  dos millones de pesos, y en vez de perdonarlo, como lo había hecho su Señor, lo apercolló y le gritaba: págame lo que me debes. Ese se arrojó a tierra y le pidió que le diera un tiempo y que le pagaría toda la deuda.

Pero fue tan duro, que lo mandó echar a la cárcel. Al saberlo el rey, mandó llamar otra vez a su administrador, al que le había perdonado esa suma tan enorme y lo entregó a los verdugos. Y Jesús sacó la gran moraleja de la parábola: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo  si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
El rey tan bueno, que perdona tan enorme suma, no puede ser otro que el Padre celestial. Su misericordia y perdón sobrepasan todo límite.

Cada uno, a medida que pasan los días va acumulando pecados hasta asemejarse al administrador deudor. El que recibe la misericordia con tanta abundancia no puede endurecer el corazón con sus hermanos. Hay que perdonar las pequeñas minucias para que el Señor nos perdone nuestros grandes pecados.

Con la medida que midamos, seremos medidos. En el Padrenuestro nos enseña a pedir perdón a Dios pero con la condición de perdonar a nuestros hermanos. Todos vivimos de la misericordia del Padre celestial. El rey anuncia tan terribles tormentos a los que no perdonan. Para estos, ya  relampaguean los suplicios eternos

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