En la madrugada de este lunes, se consolidó un viejo riesgo natural en el departamento del Cauca. Por el fenómeno de remoción en masa, se destruyó un trayecto de la vía Panamericana que se había construido sobre una falla geológica; desde entonces, el sur del país se encuentra prácticamente incomunicado con el resto del territorio nacional. Se trata de una tragedia que afortunadamente no ha dejado muertos, pero sí casi un millar de afectados, miembros de las familias del sector que —en algunos casos— han quedado desamparados al eco de «¡No nos abandonen! ¡Quedé en la indigencia!».
Paradójicamente, la vicepresidenta denunciaría al día siguiente que en la vía que conduce a Suárez, también en Cauca, se habrían encontrado siete kilos de explosivos con los que se planeaba atentar contra su vida. Ahora que forma parte del Gobierno, Márquez intentaba visitar su olvidado pueblo natal. Estos dos hechos, como producto innegable de la casualidad, tienen una interesante conexión: la primera vicepresidenta mujer y afrodescendiente, oriunda del Cauca, iba a ser objeto de un atentado allí mismo, en la tierra del abandono, donde las carreteras se las lleva el agua.
Para quienes crean en el destino, es como si el Cauca se alejara del centro del país en medio del crujido de la tierra, intentando expresar «es muy tarde, Bogotá». Un mensaje desafiante del país olvidado por el Estado, tradicionalmente preocupado por los votos de la capital y la costa atlántica. La tragedia tiene, no un simple sospechoso, sino un culpable demostrado: el centralismo que ha dominado la administración y la política colombiana durante casi toda nuestra historia republicana, como si fuera el único sistema de gobierno posible.
El problema debe entonces resolverse prontamente. Sin embargo, permítasenos una advertencia que parece obvia: que la urgencia no sea la causa misma de la corrupción. Ordenar construir una calzada doble que puede tardar años en terminarse es la prueba (quizás refutable, ya veremos) de la buena intención del presidente. No obstante, la lección que nos dejó la urgencia (causada por él mismo) de las basuras de Bogotá es que las mágicas e improvisadas soluciones pueden convertirse en el festín de los oportunistas. Mejor que el arrepentimiento es planear la gestión y ejecutar todos los estudios que hagan falta.