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Internacional

¡Qué bueno que nuestros campesinos sembraran agua, en vez de extraer oro!

Un territorio lleno de historia y de grandes luchas , el ecosistema más envidiable, que jamás nos contaron los sabios, donde los misterios y leyendas de las lagunas , quebradas , ríos  de los indígenas, afros, hace más de 500 años y, después de los campesinos colonos de estas tierras, con el producto de una nueva fuerza de trabajo en socavones denominados mineros compartiendo con esclavos una burguesía criolla, que empezaba la tradición minera, apostados en pueblos y rancherías que con el paso del tiempo y los encomenderos, fueron fundando a orillas de la a cuenca del Patía conformada por el río Patía y sus tributarios: los ríos Guachinoco, Ismita, Bojoleo, El Guaba, Sambingo y Mayo(las  más bellas  ciudades) que fueron los ejes de una nueva era moderna del mundo globalizado en la Riqueza de las Naciones, por los metales preciosos: El oro y la plata, sin pensar que más allá de esa ilusión del brillo existía el recurso natural más preciado por el hombre, el agua, nadie tenía que comprarla.

Hoy cuando crecen las poblaciones, el mundo y sus recursos naturales se vienen menguando desde las civilizaciones del antiguo continente por las guerras y el poder de los gobernantes. Seguimos cayendo en las redes de “idiotas útiles”. Todo por las mismas políticas estatales que defienden sus intereses y más cuando existen poblaciones marginadas y pobres que han sido esquilmadas en sus derechos de seres humanos de tener una vida digna, principio que hoy sigue vigente, y repito, de ese elemento de los cinco que nos piensan arrebatar: el agua, que vale más que el oro.

Cuando el señor Presidente Santos, echó a rodar a una velocidad de su imaginación la locomotora de la minería, en ella estaba inmersa, el agua, un regalo que le íbamos a poner en las manos a las compañías extranjeras, porque en sí el oro es un sofisma de distracción.

Acá tenemos los dioses terrenales, que desde sus altares de los escritorios, convocan a la feligresía para que los ensalcen y apoyen en sus proyectos que por la corrupción se entregan a los capitales extranjeros, mientras el pobre se queda comiendo sobros y migajas, todos amparados por sus decretos, leyes, con la defensa de los tribunales y jueces.

De estos procesos mineros, que despertó la avaricia de quienes cedían y quienes compraban títulos mineros, entregando licencias ambientales, una sinvergüencería politiquera desde los ministerios, para que entraran compañías, Canadienses, brasileñas, Gringas, Árabes y chinas. Como por ejemplo la canadiense que extraerían de las entrañas de estas montañas frías y rocosas 11,5 millones de onzas de oro y 61 millones de onzas de plata, durante 15 años. Una cuarta parte del oro que exportaría Colombia y ¿detrás de ello, que se ganaba y que se perdía? El agua.

Todas las compañías que entraron, algunas fueron sensatas porque se empezaba a levantar “un movimiento en defensa del agua” y les tocó irse o vender dichos títulos o contratos, quedando “Minesa”, nombre muy español, pero con un significado árabe, que pinta muchos “pajaritos de oro”, orquestados dentro de la ceguera científica por la academia Colombiana.

Ahora bien, coloco esta reflexión, cuando el agua empezó a ser un elemento tan vital para la vida, en las altas clases sociales, porque la que brotaba de los manantiales, era “manantial”, esas botellitas que se tomaban como un “elixir” de la vida, el precio se iba convirtiendo poco a poco en oro.

Hoy muchas empresas colombianas en asocio con Norteamérica y europeas, se la están llevando para las mesas y manteles de la nobleza a precio de oro, mientras nosotros seguimos destruyéndola. ¡Qué bueno que nuestros campesinos sembraran agua, en vez de extraer oro! 

 

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