Los espacios políticos en las organizaciones sindicales, que anteriormente les pertenecían a los partidos históricos, a liberales y conservadores, se los habrían tomado los promotores de grupos vandálicos entrenados para la ‘guerra de guerrillas’, que utilizan la fachada de las centrales obreras para ejecutar toda clase de escaramuzas dentro del llamado ‘Paro Nacional Indefinido’ en Colombia, practicando la filosofía de ‘las distintas formas de lucha para la conquista del poder’.
Durante dos meses de protestas callejeras, que han incluido ataques a la fuerza pública con bombas incendiarias, pedreas contra entidades financieras y destrucción de plataformas comerciales, ha quedado claro que las directivas sindicales han sido remplazadas por líderes del vandalismo, encargados de crear un sistema de anarquía para desacreditar al gobierno del Presidente Iván Duque y debilitar las instituciones democráticas.
Vergonzoso que la ‘Federación Colombiana de Educadores’ (FECODE) se haya transformado en el refugio de aspirantes a las curules de movimientos políticos afines a la izquierda y a la extrema izquierda colombiana.
La calidad de la educación oficial para niños y adolescentes llegó este año a su nivel más precario, no solamente por los efectos de la crisis sanitaria, sino por la arrogancia de los líderes de la educación pública que manejan a sus afiliados como un rebaño, prolongando en el tiempo una situación insoportable para padres de familia y estudiantes.
El ejercicio del magisterio a niveles sindicales ha perdido majestad y respeto en Colombia. Sublevados contra el orden establecido, como actores intocables de primera línea en las marchas de protesta contra el gobierno y contra el sistema político, que les garantiza el pago de sus sueldos a través de sus cuentas bancarias sin necesidad de cumplir con sus obligaciones laborales, ofrecen el espectáculo del mal ejemplo para sus estudiantes. Ya no dictan clases de manera presencial, porque muchos de ellos, aprovechando el desorden y la anarquía que FECODE ha impuesto, permanecen en zonas de confort, en fincas de recreo, en negocios privados y en permanente desobediencia civil.
Entre tanto, los líderes de la protesta y del vandalismo, utilizan a los muchachos rebeldes, que ellos mismos han formado a través de las cátedras insurreccionales, para seguir destruyendo a esta nación que ha sufrido las consecuencias de esta situación de anarquía.
Esta generación de niños y adolescentes afrontará las consecuencias de una educación mediocre, donde se han suprimido los textos de historia, de urbanidad y de instrucción cívica. El respeto por las autoridades educativas de la nación, los departamentos y los municipios, se perdió en las nebulosas de las protestas sindicales, que se realizan de manera recurrente, bajo cualquier pretexto.
Capítulo especial merece el funcionamiento de las universidades públicas donde, por razón de la ‘autonomía universitaria’ que las convirtió en zonas extraterritoriales, se diluyó el principio de autoridad, en medio de una maraña de intereses que se mueven en los llamados ‘consejos directivos’, que les quitan poder a los rectores para imponer la disciplina y el orden, como lo hemos visto en la Universidad Industrial de Santander, donde los desórdenes han sido permanentes.
Más de cinco mil estudiantes de los estratos uno, dos y tres, no pagan derechos de matrícula y reciben subsidios alimentarios en las zonas de bienestar social.
En estas universidades públicas existen núcleos estudiantiles encargados de entorpecer y perturbar la marcha académica en forma permanente, quebrantando la tranquilidad y el orden.
Los esfuerzos del gobierno nacional por garantizar la educación profesional de los hijos de los pobres, se pierden en el lodazal de las protestas universitarias, que comprometen a la gran masa estudiantil en los desórdenes promovidos por agentes de la subversión y el terrorismo.
Y pensar que este gobierno del presidente Iván Duque duplicó los presupuestos de las universidades públicas, como ningún otro mandatario de Colombia lo había hecho, preocupado por mejorar las condiciones de la educación superior para los más pobres.
¡Qué paradoja, maestro!