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Si yo pudiera y tú quisieras, El precio de la lealtad y la Fidelidad en la Política

 

 

 

Si hacemos una encuesta por la calle y le preguntamos a la gente si es leal a sus convicciones, a su pareja, a su forma de vida, a sí mism@, a la Politica , su Partido … ¿qué piensan que nos dirían? Yo creo que dirían “pues claro”. Salvo alguno que se quiera hacer el gracioso y dé la respuesta chisposa para destacar

Hagamos una distinción. Con permiso de la Real Academia de la Lengua, yo hago distinción entre lealtad y fidelidad.

Me da pereza abrir el diccionario a ver cuál es la definición exacta de cada palabra, o si se consideran palabras sinónimas. Para mí, fidelidad contiene un porcentaje implícito de ceguera, algo como no consciente. Mientras que la lealtad me suena más a cosa consciente y plenamente voluntaria, conociendo las consecuencias que tomar tal decisión conlleva.

A mí, lealtad me mola más que fidelidad. Se me antoja como algo que se ofrece voluntariamente por una causa más o menos noble, o simplemente porque a un@ le da la gana. Con lo cual, la traición al que te es leal, es más grave. O la traición del que es leal a quien le ha ofrecido voluntariamente su lealtad, también.

Es algo que se da sin perder la personalidad ni la autonomía, algo equilibrado, un sentimiento equilibrado y tranquilo, una manera de obrar y comportarse honorable, respetuosa, amigable y de confianza absoluta.

Pero… ¿cuál es su precio? Nada es gratis en la vida, señoras y señores. ¿Qué ocurre cuando la lealtad y el interés propio entran en conflicto? ¿Debe hacer el objeto (o sujeto) receptor de lealtad una concesión en pago a ese intachable comportamiento en aras del buen rollo o por el hecho de ser leal ya no puede el sujeto (u objeto) emisor de lealtad actuar por voluntad propia? ¿Debe la lealtad ocupar todos los campos que engloba la existencia o por el contrario es más deseable saber que siempre se puede contar con una persona a pesar de que tenga autonomía propia?

Lo sé, sé que estoy diciendo tonterías, reflexiones tan vagas que no hay por dónde cogerlas. Pero me apetecía reflexionar sobre el tema. Siempre me viene a la memoria la típica escena peliculera de vasallo con capa y espada entrando a consolar al monarca medieval, a ver qué se le ofrece, o si necesita que le echen un cable, más como amigo que como subordinado. Y el monarca sabe que puede contar con él para lo que sea, porque es leal a su rey.

Cuando el vasallo llega a sus habitaciones después de una profunda y espesa conversación en la que ha servido de báculo al preocupado monarca, se quita la capa, se quita la espada y se tira en el lecho mirando las puntillas del dosel… le ha pedido algo al rey, y éste, sin saber corresponder a la mentada lealtad, se lo ha negado. Ha traicionado la lealtad del vasallo. ¿Es justo entonces que esa lealtad dada generosamente sea retirada (aunque sólo sea en parte) como muestra del disgusto?

No sé… como he dicho antes, lealtad tiene un componente de confianza. Si no va en dos direcciones, el vasallo nunca recibirá su título nobiliario… nunca será señor.

Tengo que dejar de leer cuentos de príncipes a mi niño por las noches y recordar que pocos son leales en la Política al igual que fieles…

 

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