Un bipartidismo metafórico: el amor y el siglo

Solapado sobre la misma idea juvenil del siglo XXI y que sobrepasa aquel atril en el que estoy sumergido, ¿el amor ha cambiado de siglo en siglo o simplemente ha sido tan inexorable que ninguno ha sucumbido en su más pura esencia?

Con un tono retorico, y empezando una breve historia que muchos antes que yo habrán sido mutilados en ese encanto caótico y decadente de la belleza del amor.

Retornar a la historicidad misma no es necesario o bueno, pese a las necesidades de su complejidad no abarca la dimensión que se pretende abordar. La generación Z es la protagonista de este espectáculo. No hay intimidad en el mero simbolismo sincrético.

Extinguido están las esfinges de esa esperanza que existía cuando se entregaba a ese otro, el mismo otro de Lacan y de ese bipartidismo metafórico que se desplegaba para dar ese toque de seda e inexorable deseo que se perdía solo y únicamente en casos donde no se correspondía o las fuerzas eran nulas, inexistentes o vacías como la santidad en los círculos del averno de Dante.

Pero ¿acaso el amor en los siglos o épocas pasadas era el más puro y verdadero o simplemente una hermenéutica temporal que reflejaba el malestar y originalidad de su verdadera cara?

El amor era el mismo. Las estrellas y la luna que eran poesía para ellos se comparan a sus cibernéticos actos de cortejo, de amistad encuadrada y de ese vaivén característico de su ser.

Noun prosekhei era el dilema de Alcibíades, relatado por la lengua y unísona jerarquía de Foucault, ese “aplica tu espíritu” era nada más y nada menos que la significancia de ese amor que radica en el génesis de la humanidad.

La humanidad o, al menos la que soslaya al hombre en estos días, abraza la cornisa tocando el clavel, ese clavel envuelto de quimeras y detalles. Ese amor es el ultimátum en sí. El amor de irme ahora si de una vez por todas a pedirle el nombre a la chica que acabe de ver y dejar estas letras en esta servilleta extra.