Destacado
Un día como Hoy , hace 201 años fue fusilado en Santafé el sabio Francisco José de Caldas

Doña Asunción Tenorio y Arboleda, rancia dama de la histórica élite payanesa, defendió, en su ley, ante sus mismísimos admirados españoles, quienes habían sentenciado a muerte a su sobrino el Sabio Francisco José de Caldas, solicitando persolamente el perdón a Juan Sámano, a la sazón Gobernador de la Provincia de Popayán. Dos eruditos y famosos escritores de la historia de Popayán, relatan las dos esenas: Vergara y Vergara y Arcesio Aragón.
FUSILAMIENTO DEL SABIO CALDAS.
De regreso del puerto de la Buenaventura, a donde había viajado con la intensión de emigrar a otros lares, Francisco José de Caldas fue aprehendido con su amigo Ulloa en la hacienda de Paispamba cercana a Popayán. Viene luego lo que inexorablemente tenía que ocurrir.
En Santafé fue juzgado militarmente: confesó todos sus trabajos a favor de la independencia, pero pidió la vida mientras concluía los trabajos de la Expedición Botánica aunque fuera un calabozo y con una cadena. Los miembros del Consejo se conmovieron, pero no podían deliberar: la orden superior era la de pronunciar sentencia de muerte y fue pronunciada. Aún se añade, no sabemos si calumniosamente, que don Pascual Enrile puso a su solicitud de prórroga para su vida este bárbaro decreto: “Negada. La España no necesita de sabios”.
Caldas fue puesto en capilla; al día siguiente las balas de los soldados del rey absoluto debían partir aquella cabeza sublime, ese pecho en que latía tranquilamente un noble corazón…
Cuentan que durante su prisión tomó un carbón extinto de una fogata de la guardia y escribió en la pared una 0 (¡oh larga y negra partida!) que sus compañeros de martirio leyeron de corrido, al pasar, días después, cuando recorrían el mismo camino mortal. Hasta el último momento tuvo ingenio y poesía, aún para escribir aquel lacónico, triste, resignado y misterioso adiós a la vida y a la ciencia, que era su verdadera vida…
El 29 de octubre de 1816 fue pasado por las armas en la plazuela de San Francisco, junto con Ulloa… su cuerpo fue enterrado en fosa común en el suelo de la Tercera. Sus bienes fueron confiscados. Sus bienes eran sus manuscritos, una imprenta y el ajuar de su familia. El sacrificio del sabio Caldas, ese crimen atroz de crueldad y barbarie, bastaría en nuestro concepto para justificar la guerra de la independencia…
Cabe agregar que este crimen sin nombre, se llevó a cabo contrariando las órdenes de Montes, quien desde su sede en Quito, había reclamado la presencia del sabio para perdonarlo. [Vergara y Vergara].
DOÑA ASUNCIÓN TENORIO Y ARBOLEDA.
A raíz de este funesto acontecimiento, doña Asunción Tenorio y Arboleda, tía del sacrificado, acude con una altiva actitud, digna de una matrona de su estirpe y de su temple.
Doña Asunción fue una dama aristocrática, de mucha gracia, con gran talento y alma varonil; bien adinerada, y que gastaba su tiempo y sus doblones en sus sobrinos y en los santos…
En el año de 1816, año del terror, doña Asunción no era ya de las que se cocían con tres hervores: llegaba ya a los 75 abriles, pero su espíritu se mantenía con vigor pleno.
Nunca fue ella decidida por la causa de los insurgentes, y veía de mal grado a su sobrino don Francisco José de Caldas metido en esos andurriales; mas la disparidad de ideas en nada había minorado en ella el amor por el primogénito de su hermana Vicenta.
Tocó todos los resortes posibles para conseguir la libertad y perdón de su sobrino, y puso todo el influjo de su insospechable amor al rey, hasta alcanzar de don Juan Sámano, a la sazón Gobernador de la Provincia de Popayán, que éste garantizara la vida del sabio.
En noviembre del mismo año se recibió aquí la noticia del funesto fusilamiento de Caldas en Bogotá.
Doña Asunción sale precipitadamente de su casa y va a buscar a Sámano a su despacho, lo encuentra, le increpa la violación de su palabra, su falta de honor, lo abominable del crimen cometido, lo cobarde del asesinato, y asesta terrible bofetada a la cara huesosa del viejo Brigadier. ¿Qué dijo Sámano? ¿Acaso soltó una palabra descompuesta, de usanza entre soldados, o disimuló quizá su ira y su vergüenza, diciendo como el Príncipe de la Paz: “Manos blancas no ofenden?” Nada. No sabemos lo que dijera; pero la historia si dice que una dama payanesa, realista por los cuatro costados, estampó su mano en la cara del feroz don Juan Sámano, en los mismos días en que Morillo obligaba a las patriotas santafereñas a danzar y a ver toros y cucañas. Doña Asunción murió por los años de 1838, y murió en su ley.